EL LABERINTO DEL ESCRITOR
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<p><strong>Prologo</strong></p><p>Sicilia en invierno tiene un encanto propio. Los turistas huyen dejando tras de sí una belleza cruda que resuena en mi alma. Cerca de Scopello las playas están desiertas como un reino no reclamado que espera a su soberano. Aquel día visité la casa perfectamente situada al borde del acantilado con vistas a la vasta extensión del Mediterráneo. El sol jugaba con las sombras proyectando serenos dibujos sobre las paredes descoloridas y pastel. Deseaba esa casa desesperadamente. Pero había aprendido en mi profesión que la desesperación es un aroma fácilmente detectable y explotable.</p><p>Recorrí las habitaciones con un entrenado desinterés tocando ligeramente las superficies apenas echando un vistazo a la vista que sin duda se me había vendido muchas veces. La agente inmobiliaria una mujer mayor con el pelo blanco como ondas espumosas hablaba sin cesar de las reformas y del valor histórico. Yo asentía distraído calculando siempre calculando.</p><p>Cuando salí a la terraza de piedra respiré hondo. El aire era una mezcla del rocío salado del mar y el frío mordisco del invierno. Por un momento me sentí en paz imaginando mi futuro en aquella casa perfecta.</p><p>Sentí una presencia detrás de mí y el corazón me dio un vuelco de expectación. Me di la vuelta lentamente con una sonrisa ya formándose y la emoción creciendo en mi interior. Aquella era la persona con la que quería compartir aquel momento la única que entendería el significado de aquel lugar.</p><p>¿No es precioso? Empecé las palabras casi saliendo pero algo me hizo dudar. El silencio se hizo pesado y me di cuenta de que algo iba mal. Mi sonrisa vaciló un poco y me di la vuelta por completo esperando un rostro familiar una presencia reconfortante.</p><p>Pero la sonrisa se congeló y luego tembló. Delante de mí no estaba la persona que esperaba. En cambio era un hombre de rasgos brutos pero regios como un personaje de una película de mafiosos. Su traje negro era impecable su camisa abierta dejaba ver un collar de plata con la imagen de San Miguel. El santo el protector parecía casi burlón en aquel contexto.</p><p>La realidad me golpeó como una ola de frío y la apacible visión de mi futuro se hizo añicos en un instante.</p><p>Leilac dijo su voz aguda como el acero. Tienes una deuda que pagar y ahora con intereses. Hemos hecho el trabajo y no nos importa si te sigue siendo útil.</p>
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