<p>Seg&uacute;n el Honorable Winston Churchill la primera victima de la guerra es la verdad. Dif&iacute;cil resulta discutir la justeza de esta afirmaci&oacute;n del viejo le&oacute;n brit&aacute;nico. A partir de la guerra franco-prusiana de 1870 y en el curso de todos los conflictos b&eacute;licos de nuestro siglo la propaganda basada en atrocidades reales o supuestas del adversario ha entrado a formar parte del arsenal ideol&oacute;gico cada vez m&aacute;s indispensable para la obtenci&oacute;n de la victoria final.</p><p>A&uacute;n cuando numerosos escritores de la escuela revisionista hist&oacute;rica tanto en Francia como sobre todo en Estados Unidos desmitificaron la imagen maniquea de vencedores y vencidos los que se llevaron la palma del &lsquo;&lsquo;fair play&rsquo;&rsquo; fueron dicho sea en su honor los ingleses y su Ministro de Asuntros Exteriores ante la C&aacute;mara de los Comunes present&oacute; p&uacute;blicamente excusas por todos los ataques al honor de Alemania reconociendo expl&iacute;citamente que se trataba de propaganda de guerra. En realidad esto era normal. En tiempo de guerra la necesidad determina la ley y preciso es reconocer que el coktail de sinceridad nobleza y cinismo servido por el Secretario del Foreign Office resulta impar en la Historia. Ahora bien una confesi&oacute;n de ese talento no se ha hecho tras la Segunda Guerra Mundial. Al contrario en vez de difuminarse con el paso del tiempo l&aacute; propaganda sobre las atrocidades alemanas y de manera especial la manera como fueron tratados los jud&iacute;os europeos durante la ocupaci&oacute;n de buena parte del Continente por las tropas de la Wehrmacht ha ido en aumento.</p>
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