Desde el momento en que nació William Branham fue apartado de lo ordinario. Acosado por la pobreza y el rechazo se convirtió en un niño nervioso. Le seguían sucediendo cosas inusuales misteriosas y espirituales que lo asustaban. No empezó a pensar en Dios hasta los 14 años cuando casi pierde ambas piernas en un accidente de escopeta. Mientras agonizaba en un charco de sangre tuvo una visión aterradora del infierno. Se vio a sí mismo cayendo cada vez más profundamente en esa región de almas perdidas y a la deriva. Clamó a Dios pidiendo misericordia y milagrosamente se le dio una segunda oportunidad una oportunidad que más tarde casi no pudo aprovechar.
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