Si la coherencia del canon poético cubano sustancialmente origenista ha dependido del espejismo de cierta élite lo mejor sería salirse por la tangente escribe Pedro Marqués. En busca de esa salida el autor rastrea lo que llama el relato una cierta manera de narrar que asimila la prosa de la nación. Líneas de fuga en suma: el desvío decadente de Casal el Lezama cansado ya totalmente huérfano de Fragmentos a su imán el Martí póstumo del Diario de campaña la lengua menor de Piñera en La gran puta el Zequeira alucinado de La ronda. A esta nómina se suman tres ilustres suicidas contemporáneos que el autor trató personalmente: Miguel Collazo Ángel Escobar y Juan Carlos Flores. Sobre todos ellos sobre la tradición cubana misma Marqués concentra su ojo clínico y el resultado es revelador.
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